lunes, 25 de mayo de 2015

cajas chinas

-Pronto hará ocho años-dijo- que te sostuvimos sobre ella y que el agua con la que fuiste bautizado cayó dentro. El mayordomo de la parroquia de San Jacobo, Lassen, fué quien la vertió en la cuenca de la mano del buen pastor Bugenhagen y de ella resbaló por encima de tu cabeza hasta la jofaina. La habíamos calentado para que no te asustases y, en efecto, no lloraste, pero habías gritado antes tanto que Bugenhagen a duras penas pudo hacer su sermón. Pero cuando sentiste el agua permaneciste callado y creo que fue por respeto hacia el Santo Sacramento. Y estos días hará cuarenta y cuatro años que tu buen padre recibió el bautismo y que el agua resbaló sobre su cabeza y cayó aquí dentro. Fue aquí, en esta casa, su casa paterna, en la sala de al lado, ante la ventana del centro, y fue el viejo pastor Hesekiel quien le bautizó, el mismo que los franceses estuvieron a punto de fusilar, cuando era joven, porque había predicado contra sus rapiñas y sus contribuciones de guerra; ese se halla también desde hace mucho tiempo, mucho tiempo, en la casa del buen Dios. Y hace setenta y cinco años que me bautizaron a mí; fue también en la misma sala y sostuvieron mi cabeza encima de la jofaina, exactamente como está ahora, colocada sobre la bandeja, y el pastor pronunció las mismas palabras sobre tí y sobre tu padre, y el agua clara y tibia resbaló de a misma manera por mis cabellos (tenía, poco más o menos, como ahora) y cayó también ahí, en esa jofaina dorada.

La montaña mágica
Thomas Mann
Traducción de 1945, por Mario Verdaguer.

eros

Afrodita.- Vamos a ver, Eros, ¿porqué has atacado con tus dardos a todos os otros dioses, a Zeus, a Posidón, a Apolo, a Rea, a mí misma, tu propia madre, y y sólo omites a Atenea, y ante ella se te apafa la antorcha, se queda sin dardos tu aljaba y tú mismo ni disparas ni haces banco?

Eros-  Es que le tengo miedo, madre, porque resulta temible con sus ojos centelleantes y además es terriblemente hombruna. Y así, cada vez que tenso el arco y me acerco a ella, agita su penacho y me asusta, me pongo a temblar y se me caen los dardos de la mano.

Afrodita.- ¿Acaso Ares no resultaba más temible todavía? Y sin embargo, lo desarmaste y lo venciste.

Eros.- Pero es que me recibe de buen grado y me invita. En cambio, Atenea me mira de reojo, y una vez que pasaba volando casualmente cerca de ella con la antorcha encendida me dijo: "Como te acerques a mí, te juro por mi padre que te atravesaré con mi lanza, o te cogeré por los pies y te arrojaré al Tártaro, o te haré pedazos con mis propias manos". Me amenazó con muchas intimidaciones de ese tipo, Además, tiene una mirada torva, y lleva en el pecho una cabeza horrenda, con una larga cabellera de serpientes, que es lo que más me espanta; me aterra cuando la veo y huyo del espantajo.


Diálogos de los dioses, XIX

Luciano de Samósata.