Afrodita.- Vamos a ver, Eros, ¿porqué has atacado con tus dardos a todos os otros dioses, a Zeus, a Posidón, a Apolo, a Rea, a mí misma, tu propia madre, y y sólo omites a Atenea, y ante ella se te apafa la antorcha, se queda sin dardos tu aljaba y tú mismo ni disparas ni haces banco?
Eros- Es que le tengo miedo, madre, porque resulta temible con sus ojos centelleantes y además es terriblemente hombruna. Y así, cada vez que tenso el arco y me acerco a ella, agita su penacho y me asusta, me pongo a temblar y se me caen los dardos de la mano.
Afrodita.- ¿Acaso Ares no resultaba más temible todavía? Y sin embargo, lo desarmaste y lo venciste.
Eros.- Pero es que me recibe de buen grado y me invita. En cambio, Atenea me mira de reojo, y una vez que pasaba volando casualmente cerca de ella con la antorcha encendida me dijo: "Como te acerques a mí, te juro por mi padre que te atravesaré con mi lanza, o te cogeré por los pies y te arrojaré al Tártaro, o te haré pedazos con mis propias manos". Me amenazó con muchas intimidaciones de ese tipo, Además, tiene una mirada torva, y lleva en el pecho una cabeza horrenda, con una larga cabellera de serpientes, que es lo que más me espanta; me aterra cuando la veo y huyo del espantajo.
Diálogos de los dioses, XIX
Luciano de Samósata.
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